Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Hada, ahijada, te recibo

Los reflejos de la nieve ya mataron al anhelo,
mas los viejos fogonazos de mi mandón espectro de luz
aún insisten tercos cebos
aupados al olivo del instante inaccesible.
Y te aprovechas, puta guadaña, desdentada dueña,
con tu ronquera a segar mi pesadilla.

Tu falacidad rompe la calma de mi firmamento,
abre la rompiente infinidad de luz
y nimia limpia mis telas de araña;
se asoma luciérnaga irresistible
y nimia insomne difumina la oscuridad
en la cuenca de mis noches.
Al fin, posada sobre mi hombro arrodillado,
transmuta mi nimio riego en fugaz humor,
y abre un regreso volátil de aquel montaraz chiquillo,
lejano a grietas y a mancillas celestiales.
Engañados mis sentidos, y el soma entero,
se dan un baño crepuscular de sol.

Aunque de alcohol sea el sudor de mi piel,
nada me importa la ebriedad de esta quimera
mientras reciba, sólo una noche, acurrucado
sobre aquel vientre, entre sus muslos.
Y ahora, reconocida ya el Hada Madrina,
inexorable es llegado el instante de acostarme.

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