Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Canto a mi soledad [v]

«Invoca también la presencia de uno mismo
perdido en uno mismo...»

Darío Jaramillo

Soledad, arco en las llamas de mi espacio chelo.
Era anciano yo al dictado, inmóvil,
sin relaciones con vos, ni formales ni informales;
y vos sobre vuestro abrir la puerta al fuego.
Desde aquella reverencia, os amo,
y más y más os reclaman mis nervios.
Las pautas ahora me hierven y la sangre se me eriza,
vuestros acordes rellenan mi hueco con su densidad.
Si vuestras sabrosas crines reposan, mi soledad,
mi silencio es estallido sobre ese exceso de paz
e hirviendo, bajo los truenos de la placidez, en vos penetro.
Arco más chelo: me bastáis.

Son de vos: las distintas cuatro cuerdas de siempre,
el idéntico pudor del diapasón,
la misma pica clavada en mi suelo,
la misma cambiante alerta que los alabeos tañen.
Vuestro me entrego: ay profunda gravedad,
el rigor del albedrío, los limpios copos de la rebeldía,
las puras voces, feroces como brisas inmaduras,
las inflexiones, implacable inmensidad que nunca ceja
y me conduce hasta el borde de la esperanza.
¡Madera noble y regazo, cimbra altísima!
¡Sabor amargo, plena dulzura, ritmo esclavista!
Sois todo lo que preciso.

El chelo alza sus caderas al universo
y, ante su estremecimiento, la soledad dobla el arco;
y yo, bisoño, de la ignorancia me empujas al cosmos arco.
No navegaba en sus mares,
no abarcaba su horizonte,
no alcanzaba el firmamento,
no imaginaba mi choque con toda esa inmensidad:
la oculta entraña de la sarabanda*
y la agitadora pureza viva del río giga* sin fin.
Barroca es la austeridad, ternura lo empedernido.

Nostalgia y cumbre, vuestro legado fatal,
desinteresada ofrenda de inflexible vastedad:
exculpadme soledad, cuerpo de cuerdas,
disculpad que los tímpanos de mi excitabilidad
abriesen la comunión sin comprender por entero,
sin del todo atravesar vuestro infinito.

Inmortalidad, recalcitrante sobrehumana luz,
¡oh Bach, caudal persona de mi soledad!

(*) Esos dos signos conducen a dos suites para violonchelo solo de J. S. Bach, la número 5 en do menor BWV 1011 y la número 4 en mi bemol mayor BWV 1010; aunque también podrían referirse a cualesquiera de las otras cuatro suites.

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