Diablos visibles
«El demonio, ese expiatorio chivo
de las quimeras del cielo.»
Xoán A. Leiceaga
Abortan el delirio de las flores
abarrotan el silencio con sus aullidos
y entristecen el trinar de las aves.
Veo caídos los brazos, sin sus abrazos.
Mancillan la claridad cuando asoma
con la venganza iluminan a su justicia
y nutren sus atropellos con sangre ajena.
Palpo crecientes las quiebras, en el pudor.
Sobornan la lucidez de los poetas
traducen las armonías a sus chirridos
y embadurnan a las nieves con su hez.
Veo glaucomas ya adultos, en el respeto.
Alimentan el fervor por las burbujas
emborronan el aliento del aleluya
y abrasan la savia y ensalzan el humo.
Palpo resecos los labios, sin besos.
Corrompen a los impulsos de la inocencia
marchitan a las ternuras fertilizantes
y envenenan el agua de los pozos.
Veo eclipses engreídos, pudriendo al amor.
Humedecen el fulgor de la concordia
mimaban mimos y miman colmillos
y de los cálidos tientos hicieron Hades.
Veo que ya son sicarias, las reverencias.
Mudan la cordalidad para vejar
destripan a las entrañas del buen sabor
ciegan los rayos de sol a la clorofila.
Palpo hielo entre las pieles, aún aunadas.
Obsequian con semilleros a la traición
solamente legalizan a alguna antorcha fugaz
y derraman jubileos sobre astros viles.
Veo abyección, en los hombros ejemplares.
Entierran al viejo beso que era de sangre
desprecian a los abrazos no a los falsarios
y han convertido las hostias en mercancía.
Palpo la depravación, en la vergüenza.
Computan más su vacío que los cultivos
borran o ensucian las huellas sinceras
y patentan las torturas sin ley.
Palpo apresada a la luz, en los desechos
veo vermes a los dioses, vermes impunes.