Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Ella o el globo

«Aquella ninfa, cruz de mi necesidad, perpetuo acoso.»

Xoán A. Leiceaga

«No son los fantasmas inventados...»

Darío Jaramillo

Afortunada niñez, con hadas en el castillo encantado
y aunque acosado hoy por trasgos, vuelo en el globo:
y ella, cebo del tacto, siempre es presente, aun sin estar.

Flota aún aquel espectro, juega aún aquel barquito en papel:
formas menudas, cercanos cuerpos de olvido,
seres bullicio con ojos que arrojan piedras,
luchas feroces con canicas de colores, o de cristal,
reiteración de balón sin reglamento ni cueros,
chirriantes voces y argumentos oscilantes,
narizotas refinadas a la caza de otros mocos,
escuálidos geniecillos de diferentes estratos
con sabañón en sus partes y lejos de los ungüentos.
¡Cuánto olvido permanece!, ¡qué borrosa claridad!

Dorada mi adolescencia, elástica en su ventura,
angosto el globo y repleto, con disculpas me dan palco:
y ella, sin ser pasaje, se engarza sobre mi cuerpo.

En asientos delanteros van los alumnos oscuros:
su libro abierto y sus ojos encerrados,
sus altas mentes dan vueltas a las tesis infantiles,
sus sentidos son inmunes al frío de la evidencia
y con pías tentaciones que entran por las ventanillas.
En los asientos traseros van alumnos cristalinos:
libro cerrado, felinos ojos abiertos,
bebés de gnomo con los bolsillos vacíos,
lamiendo las ilusiones con su melaza en la boca
e imaginando la soba de carnes apetitosas.

Abstraída madurez, débiles mis desmesuras,
con sus palcos ocupados, me envían a preferencia:
y ella, sin silla o lista de espera, palpitante se me ovilla.

Observo a un elfo verraco con virtuosa vanidad:
impecable el atildado de su glande presunción,
falso el susurro y el ronquido, y babosa la sonrisa,
marrones ocupaciones son su universo,
crecientes sus dimensiones hacia la sima
y con patraña de luz en los aires remilgados.
Veo a sus elfas con su indecente pudor:
la misma ovalada faz, las pestañas repetidas,
el busto siempre en su lid con la ley de gravedad,
el pórtico de gimnasia, la guitarra de corsé,
la piel untada, la insinuación de su cruz
y el furor disimulado de su orégano de venus.
¡Moda espectral, la humillación despreciada!

En vela desde la torre, preocupado en el despegue,
rodeado por sus duendes, y aun sin alas yo en el globo:
pero ella, mi ninfa musa, me acurruca entre su aliento.

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