Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Sociología particular

«Las tretas son animales sociales.»

De Mí Mismo

Tus pulmones, oscuros no decías, no se dejan medir con rigor el aliento de sus huecos,
ni su equilibrio, decías, cuando te negabas a asumir las cuentas del espirómetro,
por cutres. Está gastado o me envidia, decías. Con pilas nuevas y más pruebas,
perdiste el tiempo con titubeos. Exceso de luz, decías.

Mis mediciones son imprecisas, decías, insistentes marcan valores más bajos que la
soez media oficial, o sea, lejos de casis, medio lleno o medio vacío. Inaceptable,
decías, con profunda desazón. O es mi sombra o yo sombra, no decías.

Te viste obligado, entonces, al riesgo, a ir de caza de altos vuelos y equilibrio, los tuyos,
decías, o incluso a más allá de la moda, para exhibirlos de verdaderos, no decías.
Incluso midiendo sólo en la diestra, por ser mayor. Y nocturno, no decías.

A causa de precisión, decías, contratas a dos grupos de especialistas ellas, uno barato
y bien dispuesto, de los que hacen las cosas bien, decías; aunque no tanto como
a la carta, añadías sin pregunta. El otro es de esos que solo buscan quedar bien
con ellos, aunque eso guíe al mal humor propio y ajeno. Silencio, viajo a la cueva,
pero no decías.

A la primera, resulta que al grupo dos, con su espirómetro calibrado y sin bulla de ani-
mación, le salieron mediciones sobre dos quintos y menos. El grupo uno, en cam-
bio, como si puestas de acuerdo o confabuladas, no decías, con su espirómetro
adaptable y el ánimo de su ritmo salvaje, lograron varias de tres quintos, y aun,
un subgrupo más osado, alcanzó de cuatro quintos; y legalmente, decías. Hay
fríos del día y de la noche estos, no decías.

Mientras el grupo segundo, con su gélido protocolo, reitera las mismas medidas, el
uno, animado por su resultado, decide aumentar con oraciones su tiniebla de
medir, incluso al ojo sano del espirómetro; y así fue. Ello demuestra, decías, que
también los aparatos son bien sensibles a las palmadas y abrazos. Esa sombra,
ya espesura, no decías, me alivia del calor de la tensión, sí decías.

No hay constancia en acta de humo negro sino muchas de elegancia, decías, ni menos
de violaciones de ellas o el medidor, o el aire cuál, o si al pulmón qué medicina, o
si un juego con el casi o el más o menos. Ni si algo hubo turbio o afeitado o mez-
clado con la fe. ¿Por qué, pues, mi piel amarillenta?, no dijiste, en el Congreso.

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