Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

226

No es, vano decirlo, con dogmas, ni con leyendas ni con rigores
ni con la jerga de filosofías que pútridas yacen ya.
Ni siquiera con las imperfecciones
de plumas o de pinceles.
Quizá sólo la intemperie conserve
retornos a la madurez de la amniótica inocencia.

227

Contundente el «no» a la propuesta imperial, mercantil y clerical
no a la abstrusa rigidez de los filósofos ceremoniosos
no a la misa ni tribuna de los doctos inodoros
no rotundo a los poetas de flora pensil.
Puede que aún queden artistas
con su oficio vacunado
desventurados.

228

Te hablo desde ese inmortal desafío capaz de la seducción, remoto hermano
con voces de sangre, intemperancia invisible y universal solidez.
Voces que aún muerden más en dientes de la Mujer.

229

Te hablo con palabras hambre, que transfiguran mis humos
el gris frío de mis versos, la ceniza de mis libros, la polilla de mis huesos
mis volutas y las tuyas, mi rumbo y el tuyo: y arde entrañable la complementariedad.

230

¿Qué palabra es, pues, la que permite alcanzar mi remota cima, la escudriñada
y el ralo aire purísimo, que ardoroso y levantisco me vuelve a mí?
Si no lo es la terrible avidez de virutas de esperanza
si ni siquiera lo es la altanería ni la caridad
si tampoco las creencias lo son
¿puede acaso ser la luz
de mi retina?

230-bis

¿Qué voz es la que me lleva a mi cumbre, lejana y desconocida
de escaso y purísimo aire, que siento inmediata a mí?
Si no lo es la precisa, tampoco la truculenta
ni siquiera la pausada, ni la severa
¿será acaso la del arco iris
la que mantiene
la magia?

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