Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

3 – La memoria

Es la protección primera ante la gran aparición; con su desprecio a
las agujas del reloj, e incluso a los siglos, con su vigilancia tras
sus lujosas armaduras de titanio y muros de piedra, así mantiene
encarcelada a la parte interesada en el olvido.

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Ahí, en esa mutabilidad permanece, aunque centinela nade y
bucee, con su coraza refrescada por el agua y nutrida por el yodo;
ahí, entretenida por la constancia mecedora de las olas y el vuelo
de la brisa, siempre al margen de la movilidad y el pensamiento
inaudito de esa muerte.

Es araña que huye de la conmoción de la limpieza, rata que se
instruye en el resplandor de otras bazofias, y sierva que, en especial,
aprendió del salvador a resucitar cada tres días y a cultivar así la
maña de sobrevivir atada; y así se luce cada madrugada en su bunker
de provisiones, donde el descuido no existe.

No serán, no, las tímidas pero molestas aristas, ni las pieles estiradas
o artificiales, ni las lágrimas de amarguras simuladas, ni los ataques
de sumergidos espíritus de cocodrilo, lo que pudieran conseguir que
la fatiga te humille; pues despiadada eres, memoria, asesina de la
amnesia redentora.

Serán, si acaso, la física de las más profanadoras palabras del poeta y
el coraje de su firma, o la luz de su olvido proyectada sobre el reinado
sucio de tu reverencia, o sus recitales sobre tu diurna oscuridad, lo
que pudiera empujarte hacia tu propio basurero:

justo el desfallecimiento que provoca ese forzado examen de
conciencia, y sus ectoplasmas, y su cabo, los cuernos cetrinos de
la desconfianza.

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