Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Funambulus

«Y, en todo caso, ¿qué hacía yo allí? Bueno,
es esto precisamente lo que trataremos de averiguar.»

Samuel Beckett

Cada ondulación, derrota o derroche, acumula un poco más de la más
tierna tristeza y, mientras, cada vértebra y la sierpe entera celebran
el madrugón como un simple adelanto del final.

Algo, un equis de insensible transparencia, me empuja absorto sobre la
cuerda, cuyos extremos penden de un lejano foso del ayer y un
imperioso y angosto hueco del futuro, ambos invisibles, islotes
vírgenes aún no conquistados por el mapa, pero bien unidos por
los pasos de esa cruz.

Algo me suspende, meciéndome, en el medio de un mar imaginado, que
sin embargo moja, cuyo fondo es el origen de las incertidumbres y
cuya superficie es su meta obligada o, con frecuencia, sólo su te-
rrible anhelo.

Algo me balancea, hipnotizado en el centro de esa atmósfera, inmoviliza-
da pero todavía casi respirable, contaminada en sus fundamentos
como la tierra e iluminada desde muy alto, tensamente, mucho más
que la severidad de su resignación.

Pero nada de todo eso controlo, ni la contundente fatalidad de la luna, ni
aun la decadente nieve que intratable me convoca y me desnuda, len-
ta e incansable. Ya nada entiendo, ya nada nuevo pretendo averiguar.

Aún así, sin saber lo que hago ahí, en la plenitud del extravío, mojo y
remuevo la pluma, y con ella mancho, aunque ya no resida en mí la
menor triza de savia ni de hostilidad. Nada me resta ya para obse-
quiar, nada tampoco que me permita irme sin matar.

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