Y si no, miénteme
Si en la alquimia yo anduviera, si en tu cordura pudiera yo hurgar, lectora,
te exigiría que me hubieras arrojado algo,
algunas migas de tu incomprensión, o algún benigno exabrupto, o cualquier
impío potingue sobre la tímida luz que apaga mi oscuridad.
Aunque fuera secamente y sin más, me hablaras de tu deleite durante,
aunque fuera de la dulce inmersión, del saboreo, de la fruición, de tu repaso
insistente, de la misma delectante lentitud que viertes con tu vino
favorito, o aún de tus fantasías cuando nadabas en esa miel turbia,
aunque fuera de humedades que brotaban de tu concha, o de avalanchas
del fuego de tus burbujas,
aunque fuera de la luminiscencia, de que eras tea, que estaba ahí justa-,
mente, en esos versos, la voluntad de tu furiosa y flamante avidez,
aunque no más que de los derramamientos, y tu catarsis, de que al fin
ardes, de que al fin te afirmas dueña de la frenética provocación,
aunque fuera de la reiteración de los sabores y tactos que aquel día
amasara tu impudor, y del cegador destello de toda la inmensidad
de una nieve tan azul,
aunque nada más se diera que sus yemas incisivas habían zarandeado a tu
monotonía, la vieja y honda modorra de tu deserción, vuelta a la luz.
E incluso, aunque nada de tanto en blanco hubiera, recibiría gozoso que
sobre mí derramaras algo mejor que aquel hueco, aunque fuera
no más que una pura mascarada o versículos impuros de tu cerrado
evangelio.
O, rabiosamente, solo unas friegas de asombro desde el fervor invencible
que conservas escondido.