Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Azote y opio

«Sólo tenemos derecho a odiar
lo que es eterno.»

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Hay reflexiones como latigazos
que, serenen o azucen, estampan huella
y provocan adicciones, o su síndrome.
Van rellenas de absenta y trufa,
hurgan con el ápice inquietante de su esgrima,
usan filos, bien de astillas o sarcasmo,
y se cubren con el pétalo de la ironía.

O bien son como fieras de carnaval
o remedios despojados de su inocencia,
aunque te alivien, o desenchufen
y te descarguen de nudos y contracturas,
ciegas costras en el alma.

Cuando de púlpito o escaño,
o de tribuna o tarima, son el erecto veneno
de esas sierpes que aspergen su toxina
y la pócima rabiosa de la indiferencia.
Al cabo, simples globos para infantes
o ruedas de molino de tragar sin masticar.

Aun así, deidades de tenazas sigilosas
no habéis conseguido extirpar
el insurgente ántrax de la aventura,
niño okupa de nuestro humus,
que nunca sabemos dónde se aloja
pero incurable sentimos que está.

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