Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Reflexión

Se me ocurrió abrir esta sección, a la que denomino REFLEXIÓN, pensando en disponer de un espacio libre orientado primordialmente a «la Poesía y lo poético», y, en concreto, al menos en su comienzo, a su sentido, a la valoración de su calidad y a una pizarra de ideas brillantes (y mejor si llegan de mi exterior).

Explico esa mi opinión y mis convicciones: a) con «al menos en su comienzo» quiero indicar que el propio caminar de la sección puede o debe sugerir o necesitar de nuevos rumbos; b) con el «sentido de la poesía» pretendo indicar que la poesía, con el arte en general y la música muy en particular, con las la que encuentro tan relacionada, forma parte esencial de la gran oportunidad de encontrar algún sentido al sinsentido del mundo; c) con «la valoración de su calidad» sugiero la conveniencia de una aproximación, aunque sea sólo orientativa, a la calidad, a eso tan vaporoso que conduce a reconocer, por ejemplo en el poeta Gamoneda, el nivel de excelencia. Es que la poesía es tan escurridiza, tenue y lábil, que comprendo que necesito ser amparado por otras sensibilidades y otros conocimientos para aprender mejor, opinión que extiendo a vosotros (o nosotros) los lectores, entre otras razones porque yo mismo, esencialmente, soy ebriedad de lector.

Se me ocurre que, implícitamente, esta oferta se orienta no tanto al profesional, sea escritor o crítico, porque usualmente ya dispone de recursos propios o ajenos —pero al que tampoco se excluye: ¿rigideces, para qué?—, como al que se inicia en este desprovisto terreno o ya padece el vicio; es decir, se dirige de forma bien especial a quien lee, porque creo que lectora y lector son la parte importante del habitat poético, pues sin ellos la poesía sería robinsona y absurdo islote de único habitante. ¿O no?

Me guía la prudencia para empezar, aunque sea un contrasentido poético, pero sobre todo por aquello de que uno debe ir poco a poco para llegar lejos y por aquello otro de que es preferible ir añadiendo que ir eliminando. Por eso he comenzado en su día por colocar una serie de propuestas sobre lo poético (o literario, o artístico, o el proceso del conocimiento) sensibilidad poética, alguna de mi propia cosecha pero la mayoría procedentes de reconocidas firmas, y animando a los improbables (o recalcitrantes) lectores de la página a que me envíen sus propuestas, comentarios o sugerencias, a las que siempre trataré de dar respuesta (considerando la paciencia a la que mis limitados propios recursos obligan).

Sólo un mes después de poner a andar el sitio web, pero siempre teniendo en cuenta que el único ambiente que cabe en esta página web es el poético, directo o no, he ampliado la reflexión a otros aspectos e iniciado una serie alfabética —que comienza, claro, por la A— de reflexiones breves de escritores reconocidos, sobre el hecho de escribir, o poemas breves o trozos, o bien máximas, aforismos, sentencias, proverbios, ideas,… En fin, algo así como darle a la llave de encender las luces de lo poético.

Reflexión 1

Abecedario de escritores – Letra T

  1. Tabucchi, Antonio (Pisa, Italia, 1943)
    (Escritor): 1) ... la literatura es, sobre todo, la declaración de que la vida no basta; si bastara, no se escribiría. 2) (En feb 2003, a propósito de los tambores de guerra): Estoy ahora aquí, en mi casa, con mi pequeña locura de bolsillo, en este momento de locura universal.
  2. Taléns, Jenaro (Tarifa, España, 1946)
    (Poeta): A mí también me interesaba el mundo. 2) Los poetas, en general, no sé; yo aprendí mucho del deporte. Que la lucha no es contra otro sino contra uno mismo, que las cosas tienen que seguir aunque uno pierda, que nada cae del cielo, que las cosas requieren esfuerzo. La disciplina y la capacidad para saber esperar las aprendí en el deporte.
  3. Tamayo-Acosta, Juan José (Amusco, Palencia, 1946)
    (Teólogo condenado por el Vaticano): 1) La serpiente le dice a Adán y Eva: «Vosotros veis las cosas y os preguntáis: «¿por qué?». Pero yo sueño cosas que nunca han existido y me pregunto: «¿por qué no?». 2) Me empeño en rehabilitar la teología de la utopía, esa que asusta a una Iglesia predicadora de la sombra, del miedo, del apocamiento del hombre como un ser gusano, incapaz de avanzar por su cuenta, sin dogmas.
  4. Tamen, Pedro (Lisboa, Portugal, 1934)
    (Poeta): ... es en la silla donde tengo que sentar / el culo dolorido de toda la eternidad.
  5. Tàpies, Antoni (Barcelona, 1923)
    (Pintor y escultor): Me parecía que lo que yo hacía era igualmente una forma de escupir en la cara a todos los biempensantes.
  6. Terencio, Publio (Cartago, ~185-159 a.C.)
    (Filósofo): Cada mentira va pisándole los talones a otra.
  7. Tesan, Alberto (Mogola, Barcelona,1971)
    (Poeta): 1) Todo está en venta en este paraíso. 2) Esta muerte pequeña que me acecha / en cada verso. 3) Ojos cansados que no entienden / por qué se hunden las piedras en el agua.
  8. Thays, Iván (Lima, Perú, 1968)
    (Escritor): Tengo una noticia negra y definitiva: ya todo esta dicho. Y no es desde el boom latinoamericano o desde hace un siglo, no, todo esta dicho ya desde las cuevas de Altamira. No hay más. Sólo la vanidad nos impulsa a creer que hay más.
  9. Theroux, Paul (Medford, Massachusetts,EEUU, 1941)
    (Poeta): Los turistas bien saben dónde han estado. Los viajeros no saben adónde van.
  10. Thomas, Dylan (Swansea, Gales, 1914-1953)
    (Poeta): 1) Alguna certeza debe existir, / sino de amar, al menos de no amar. 2) Junto a relamidas arenas y estrellas de mar, / con sus lúbricas cruces, gaviotas, garcetas, berberechos y velas, / hombres que dan la mano a las nubes / que se inclinan sobre redes del crepúsculo.

REFLEXIÓN 2

DESCRIPCIÓN de la MENTIRA

Antonio Gamoneda

El ÓXIDO se posó en mi lengua como el sabor
de una desaparición.

Antonio Gamoneda (Oviedo, España, 1931)

Reflexión sobre el libro
"Descripción de la mentira"
(1975-76 y 2003)

Xoán A. Leiceaga Baltar

Para esta reflexión, sólo en parte mía, parto de varias peanas, dos de ellas primordiales, pues me apoyo en primer lugar en el libro reunido ESTA LUZ de A. Gamoneda, publicado por Galaxia Gutenberg (Círculo de Lectores, Barcelona 2004) y, por otro, en enorme medida, en el magnífico Epílogo escrito por el académico y especialista Miguel Casado para toda la obra ya publicada entonces del autor y que recoge precisamente en Esta luz. La tercera, menos importante, deriva de mis propias lecturas de la recopilación desde que en 2006 tuve la fortuna de adquirirlo. Naturalmente, el resultado de las lecturas (así, en plural y reposadas) fue la inevitable lista de notas que me suelen acompañar cuando un texto subleva los cabellos que ya no tengo y cuyo producto es, en la parte que me toca, la propia reflexión acompañada por el agradecimiento a tanta belleza disfrutada. Hago votos porque la admiración que suscita en mí el nombre del autor no afecte exageradamente a lo que yo pueda paso a paso expresar. Mi intención, que es doble, está en las antípodas de lo comercial y va más allá de rellenar mi sitio web con poesía del más alto nivel (¿lo hay más alto?), pues me contentaría simplemente con ayudar a extender el conocimiento de este poeta excepcional a un planeta mayor que el de aquellos que habitualmente ya lo releemos, tanto geográfica como socialmente. Y con todo ello viaja, naturalmente, mi admiración y el modesto homenaje.

En cualquier caso, debo aclarar que esta propuesta, aunque deba dividirla en varias partes —no sé cuántas— es menos ambiciosa que la de M. Casado, pues no pretende abarcar toda la obra de AG, sino que se limita al libro Descripción de la mentira y —¿quién sabe?— tal vez después a su continuación natural, que es como veo yo a su siguiente poemario Lápidas.

(Cronología de títulos de Antonio Gamoneda)

La tierra y los labios (Primeros poemas, 1947-1953) / Sublevación inmóvil (1953-1959) / Exentos I (1959-1960 y 2003) / Blues castellano (1961-1966 y 2004) / Exentos II (Pasión de la mirada, 1963-1970) / Descripción de la mentira (1975-1976) / Lápidas (1977-1986) / Libro del frío (1986-1992) / Arden las pérdidas (1993) / Exentos III (1990) / Mudanzas (1961) / Nazim Hikmet (1961) / Negro espiritual (1961) / Edad (1987) / Plinio, Dioscórides y otros (1992) / Mallarmé, Herodías (1996) / Trakl (2003) / Esta luz (Poesía reunida 2004) / Extravío en la luz (2009).

Partes I a III - Consideraciones generales acerca de DM-1,2

(Se accede a ellas desde «Ir a Reflexiones anteriores», abajo en esta página)

Parte IV - Lectura de DM-1

[XL: Vía hacia la dura madurez] En esta parte, puesto que de lectura hablo y de la mía, voy a utilizar una vez más el repetido análisis de Miguel Casado que aparece en Esta luz de AG; es tan bueno que sería disparatado prescindir de él, puesto que en mi intención no está el lucimiento personal sino el gozo y el aprendizaje en la lectura, el mío en primer lugar y de mis propios lectores inmediatamente. En su momento, durante mi primera lectura ordenada de los poemarios de AG, tal como figuran cronológicamente en el compendio Esta luz, ya me había quedado yo sorprendido: a) por el diferente estilo y, si acaso, el brusco cambio que encontraba entre Descripción de la Mentira, con los libros que le siguen, y los anteriores a él; b) el intervalo de vacío tan largo entre uno y otro grupo de obras, quizá como una travesía del desierto en busca de la madurez; y c) la singular modificación de la orientación, con un antes que parecía que salía por la puerta de los sentidos de AG, a partir de impulsos externos, a un después que parece que camina en la dirección opuesta, entra por la ventana de los sentidos a modo de introspección y digestión interna y rezuma hacia el papel. Todo en medio de su llamativo camino hacia la cumbre. Veamos ahora lo que al respecto indica MC, pero antes leamos, dejemos caer otro poco de admiración en este libro:

¿Cuál es mi verdad? ¿Cuál es mi alimento sin vosotros? ¿Quién juzgará
a quien ha traicionado a la traición?

La pregunta es un ruido inútil en el idioma que sucede a la juventud.

Mi cuerpo pesa en la serenidad y mi fortaleza está en recordar;
en recordar y despreciar la luz que hubo y descendía
y mi amistad con los suicidas.

Reconoced mi lentitud y el animal que sangra dulcemente dentro de mi alma.

Vuestra limpieza es inútil. Ilumináis en las ejecuciones y la locura crece
en este resplandor. Magnificáis a vuestros enemigos
y vuestra imprudencia comunica con sus designios.

Harías mejor abandonando, deshabitando un tiempo que se coagula
en la dominación.

¿Qué es la verdad? ¿Quién ha vivido en ella fuera de la dominación?

Haríais mejor en residir en légamos. Yo no soy vuestro maestro pero sí
vuestra profundidad a la que quizá no llegaréis.

[MC]... Blues castellano (1961-1966) es todavía un libro de juventud y explora una época alta en la energía personal, mientras que el tiempo intermedio de silencio hasta Descripción de la Mentira (1975-1976) hará de éste un libro ya de la más dura madurez, en que las mismas tensiones se verán abocadas a pensar el desenlace. / En

[XL: Del retorno a la escritura] Regreso yo ahora a mi memoria de lectura quizá de manera semejante al regreso de AG a la poesía activa, y mis recuerdos me conducen a un lugar oscuro e invisible, pues fue como ver el estómago del autor después de una digestión turbulenta y larguísima. Y me hacía una pregunta universal que la memoria siempre insistente me reitera: ¿Por qué paró, por qué regresó AG a la escritura, por qué fue tan largo el paréntesis? ¿Fue acaso su motivo el mismo que lleva a tantos otros artistas a enmudecer, en muchos casos incluso para siempre? No lo sé, ni por Gamoneda ni por mí mismo ni por otros, pero sí sé —sabemos— que eso inevitablemente ocurre. Tampoco sé si los fragmentos explosivo («Acércate a quien se calienta con los excrementos de la justicia») y estremecedor («Nuestro honor consiste en no tener razón») de DM, que me sirve ahora de ilustración, explican algo o nada, aunque algo sí lo debe hacer el nuevo paralelismo con Miguel Casado que viene tras el poema.

El incrédulo habita en un mundo de plegarias. Hay resplandor delante
de sus ojos, los que estuvieron heridos por la indignación.

Es más sencillo proceder de un país suntuoso, de una memoria recamada
de espejos —cada espejo con su vértigo, cada espejo
con su profundidad llena de frutos— pero, de todas formas,
desconfía de aquellas manos cuya blancura puede ser besada.

Es más sencillo despertar de un tiempo cuya hermosura no existió aunque
se extendiera como un crepúsculo.

Acércate a quien se calienta con los excrementos de la justicia. Nuestro
honor consiste en no tener razón,

mi paz en avergonzarme de la esperanza.

[MC] DM, este largo poema fragmentario se desarrolla en el lugar interior —la casa, el paisaje más cercano, el corazón y la mente— y su memorable escena inicial hace balance del largo tiempo de silencio («Nuestro honor consiste en no tener razón», «el óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.», «Durante quinientas semanas he estado ausente de mis designios») y advierte con sorpresa, y después con júbilo, la vuelta de la escritura: «No creo en las invocaciones pero las invocaciones creen en mí: / han venido otra vez como líquenes inevitables.»

[XL: Rebusco en mis notas de lectura y, aunque desperdigadas, encuentro las ideas que me conectan de nuevo al otro lector. Por ejemplo, tras de cada paso que damos nos queda nada más que lo que queda de nosotros, los restos intocables («Y os entendéis en esta usura»); por supuesto no la fe que duró muy poco, no la esperanza que fue desvaneciéndose al ritmo de la propia vida («Otros os engañáis con la esperanza»), no la caridad que un día de repente huyó despavorida. El compás de la existencia produjo la experiencia terrible, es decir, que todo son extravíos, mermas, quebranto y confusión, y que la lucha posible está en aferrarse a la identidad, a partir de la transformación que inevitable se sucede en nuestro alrededor («Eres incierta y ésta es tu plenitud») y que también irremediablemente nos afecta y nos conforma todo, excepto la entraña.

Las preguntas no existen en el idioma de la ocultación: todo está
dirimido.

Es perverso el idioma pero es enjundia de mi cuerpo.

Otros os engañáis con la esperanza.

En ciertos casos, mis palabras podrían atravesar tus labios, entrar
despacio en tu existencia; no lo dicen sino las palabras mismas,
su exhalación caliente como el amor.

Estoy hablando de la expresión, no de los gritos con que ocultáis la desnudez.
Bajo los soportales estallan signos de impudicia: ámame, decís
al transeunte, ámame antes de la muerte. Y os entendéis
en esta usura.

De otra manera, en otra lengua, yo te respiro sin encontrarte. Eres incierta
y ésta es tu plenitud.

Así es la edad, así es la forma de mi tiempo.

[MC] El balance da cuenta también de los grandes cambios producidos, que son todos pérdidas: de unas creencias y valores; de la amistad y compañía que se había tenido durante el periodo anterior; y, en buena medida, del propio yo, que a partir de ahora va a reconocerse como residuo, conjunto de existencia e inexistencia, constituido en la pérdida (reencontrada, pues su intuición primera). Los cambios afectan a la vez al mundo exterior y al sujeto, pero es éste quien los sustancia en su intimidad («en mi espíritu»), en su pura vida física («en mis huesos»), en la nueva conformación de su ideología y su moral («no acepté otros valores»), en su conducta diaria.

[XL: De lo que queda] Como si de una condena se tratase, eso de lo que queda de nosotros con el paso del tiempo nos persigue y nos rastrea; otro poeta grande, el mexicano José Emilio Pacheco, lo escribe también en su última entrega: Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años., e incluso abunda: El único destino es seguir navegando / en paz y en calma hacia el siguiente naufragio., que yo he incorporado ya en mi reflexión-1 de setiembre 2011. También leyendo a AG, y al margen de mi lectura de DM, en más de una ocasión me he preguntado ¿cuántos artistas en la madurez o en su vecindad no han estado obsesionados involuntaria o voluntariamente con esa pregunta maldita? («¿Sabes tú lo que es la destrucción?») No queda sino consentir con la decadencia, incluso mimarla, pues todo es desaparición, todo fuga, todo lo que es carne se va incorporando a la sentina y una gran parte a lo que es sentirse arruga; y si acaso en la memoria, mientras dura el ánimo, queda la experiencia y su identidad. De eso, de la memoria y de las pérdidas nos habla ahora Gamoneda en este fragmento:

Cuanto ha sucedido no es más que destrucción.

¿Sabes tú lo que es la destrucción? No, no lo sabes porque tu mirada
era demasiado hermosa y no quisiste sobrevivirla.

La cobardía es el único don de la imposibilidad y la cobardía entró en mí
y empezó a existir una dulzura que para vosotros habría sido
despreciable;

pero vosotros, aún más desposeídos, merodeáis en torno a mi pobreza
y no seréis rechazados ya que os recuerdo y estáis en mi
necesidad.

[MC] En todo caso, cuando termina el franquismo y se mira hacia atrás, el balance es rotundo: «cuanto ha sucedido no es más que destrucción»; así, la fórmula lo que queda se repite una y otra vez con distintos complementos (de mí, de nosotros, de la patria): la condición actual se establece como supervivencia. El poema indaga en esta cualidad de superviviente, fundiendo signos personales y colectivos, borrando límites entre los rasgos que el yo se atribuye y los que conforman el desarrollo de la historia. Con esta doble dimensión, los signos del nuevo estado residual se diseminan en el poema: se ha perdido la juventud, incluso la física del amor es extraña, han desaparecido amigos y compañeros, no hay interlocutores, y la posible alegría por el cambio político, por los síntomas de revitalización («he salido de la habitación obstinada»), va empañándose, transformándose en carga; el sentimiento de culpa latente en Blues castellano es ya una herida abierta.

[XL: Del estiércol en la supervivencia] Acaso sucede que no nos damos cuenta suficientemente de que el tiempo saquea, que nuestra evocación no permanecerá, que el parto de nuestras madres no significó sino continuidad abstracta, que aquellos dolores se disolvieron como chispas, que no existen las certezas, que no hay respuestas, que convivimos con el vacío, que bebemos para de nuevo tener sed, que las verdades oficiales son volutas, que la potencia es tan efímera como el semen, que la desunión hace la fuerza, que la belleza no es accesible en los museos, que la cobardía y la ceguera siempre ganan, que resistir sólo es posible con el morral del remordimiento a cuestas y la salud es una de las mayores mentiras. Que todo eso y más ya fue anunciado por el maestro Gamoneda en su DM:

¿No sabes entonces lo que es la destrucción?

Ningún olor tuyo permanece y aquel testigo entre tus piernas no fue salud
en mí.

Tus gritos en la coronación, los que encendían las habitaciones, yacen
abandonados, como la camisa de las culebras.

Mi cuerpo sintió también la destrucción pero la miró con los ojos de los
padres y la mirada se deslizó más allá de la verdad.

Yo sí supe lo que fue la destrucción y me alimenté on hierbas escondidas
y mastiqué mi nombre y conviví con las desapariciones.

Entretanto, vosotros, jóvenes y veloces, no supisteis que la verdad
se extinguiría:

deslumbrabais a los tribunales y erais esbeltos en la eyaculación.

Poco después fuisteis dispersados y vuestra belleza no lució
en las pértigas.

Sólo hubo resistencia en aquellos cuerpos que antes habían sido
castigados y padecieron la incredulidad y se ocultaron
en el silencio.

[MC]... ser superviviente implica un contenido moral equívoco: en la pérdida de sí, en la continua incertidumbre acerca de la culpa contraída. El trabajo de Descripción de la mentira nace en este punto: «la perdición es usada como estiércol» y son éstas, materias oscuras y perturbadoras, las que abonan la supervivencia. Hacerse fuerte en los residuos, transformar la necesidad en virtud: en ese lugar mínimo y precario se produce una concentración existencial, y de ella procederá toda la obra futura de AG: «hay una salud que sucede a la desesperación». Así, las contradicciones se manifestarán como fenómeno inevitable, las palabras —incluso las más precisas— no tendrán sentido fijo, variarán a veces hasta llegar a negarse; las tomas de postura no siempre permanecerán, irán modificándose hasta hacerse sentir también contrarias a sí mismas.

[XL: De los residuos] El estiercol fermenta y su exceso quema, de ahí que la memoria de vosotros, antepasados o coetáneos —nos cuenta AG— pueda ser ocultada por la lápida de sombras que os sobrevuele o la tierra que os echen encima. El estiercol también es pestilencia en forma del azúcar incansable de la mentira («dentro de las esponjas») o en forma de las leyes del terror («Donde viven los padres ofendidos»). Antes y después aparecerán en DM los colores, los animales y otros signos, y la memoria como fuente del olvido; es decir, el estiercol como abono.

Ahora os ruego que os acerquéis. He aquí los residuos. Su vibración es aún
abrasadora para lo que queda de vuestras manos;

yo exprimiré tinieblas sobre vuestros labios y la pobreza entrará
en vuestra memoria.

Hay azúcar debajo de la noche; hay la mentira como un corazón clandestino
debajo de las alfombras de la muerte;

hay otra negación: otra es la ley dentro de las esponjas que vosotros
aborrecíais;

otra es la ley en las estancias donde el miedo habla.

Donde viven los padres ofendidos.

[MC] Interpretar los residuos, descubrir las claves de la inercia vital en medio de ellos, preguntarse por su sentido incomprensible, serán obsesiones del libro. Y, entre todas las sustancias de vertedero, una se revela especialmente poderosa: «Mi memoria es maldita y amarilla como el residuo indestructible de la hiel». Amarillo es un adjetivo que, a lo largo de los años, irá acercándose al valor emblemático de muerte; aquí parece llevarnos a evocar escenas de la infancia en que se sacrificaban animales domésticos, las gallinas y su hiel amarilla: —un resto, desagradable y amargo— que resiste a la muerte. Presentada en esta comparación, que la sitúa como el más irreductible de los residuos, la memoria es, pues, el lugar de la vida, la retracción última, verdadero olvido de todo aquello que no sea su permanente retorno.

[XL: De la memoria, la muerte y sus rostros] La muerte, uno de los pocos misterios en donde hay luz, pero tal vez fue lo que produjo la resurrección de la pluma de AG, una muerte que se acercaba ya a la piedad y al perdón y que marcaba el regreso de los antiguos tiempos de rabia pero de sagacidad. Eso y más está recogido en un fragmento, que reproduciré ahora porque en su momento me golpeó con dureza, en el cual la muerte aparece, además, como protagonista fantasmal y a quien se ofrece la lucidez, aún su cuerpo es capaz de herir y hurgar en las heridas. Luego regresa a la segunda persona, referida a todos los rostros que ya no están y al sí mismo actual, como su propio ánimo, voraz y resistente, húmedo y fértil, alguien que se come el miedo y es capaz de regresar a la intemperie de la poesía y desenmascarar a los recuerdos en una especie de castigo para el deleite.

Sólo vi luz en las habitaciones de la muerte.

La indiferencia está en mi alma. Es la vejez de la misericordia.

Ésta es la hora más antigua y mi corazón resbala hacia la astucia.

Aún mis dedos son ágiles en las úlceras y alcanzan rostros protegidos por
el desprecio pero mi lucidez está ofrecida a la muerte.

Tú eres voraz en el crepúsculo:

tu resistencia es húmeda; tu lengua, fértil en mi boca;

sorbes el miedo con tus labios; tu desnudez es grande.

Pero el placer es máscara de la memoria.

[MC] Quizá uno de los puntos decisivos de la primera secuencia, donde se hace balance y renace la escritura, sea éste: «Vienen rostros sin proyectar sombra ni hacer crujir la sencillez del aire; / sin osamenta ni tránsito, como si consistieran únicamente en el contenido de mis ojos, en la unidad de mis palabras, en el espesor de mis oídos.» Vienen rostros y su consistencia resulta netamente espectral: ahí están sin cuerpo ni materia física, pero están; a la vez, residen en un espacio interior, subyacen a las percepciones, las filtran, constituyen la escritura. Nos acostumbramos en seguida a conocer estos rostros como los de personas desaparecidas, amigos, compañeros próximos, que se suicidaron o enloquecieron, que fueron torturados, víctimas de la represión en un periodo en que —según se dice ahora— la dictadura empezaba a abrirse, activos en esa memoria que se identifica con la vida actual. El rostro es en AG lugar de muerte o miedo, concreción de la ausencia, y DM emprende un diálogo con esos rostros que vívidamente van apareciendo, un auténtico diálogo de los muertos. El deíctico opera con absoluta movilidad y va recogiendo a todos esos desaparecidos y algunos supervivientes, a veces en una forma de desdoblarse el yo, otras quizá sea la misma poesía interpelada. A lo largo del diálogo dramático, comprobamos que lo antes enunciado como vuelta de la vida (a través de la escritura, pero también del balance y la voluntad) es la abierta irrupción de la muerte: lo que queda se compone, en realidad, de lo perdido.

FIN de la Parte IV

Xoán A. Leiceaga Baltar, Enero de 2012