Xoán Leiceaga Baltar

POESÍA

Reflexión

Reflexión 1

Letra G de GAMONEDA

Gamoneda, Antonio (Oviedo, 1931)

  1. (Libro ‘Descripción de la mentira', 1975-76):
    "Otros os engañáis con la esperanza".
  2. (Id.):
    "Las preguntas no existen en el idioma de la ocultación: todo está dirimido".
  3. (Id.):
    "En ciertos casos, mis palabras podrían atravesar tus labios, entrar despacio en tu existencia".
  4. (Id.):
    "Obscenidad, dulzura fúnebre, ¿quién no bebe en tus manos amarillas?".
  5. (Id.):
    "Puse la enemistad en tus cabellos oscurecidos por la persecución / y la enemistad se extendió también sobre mi juventud".
  6. (Id.):
    "La juventud me ha abandonado en esta delación".
  7. (Id.):
    "La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi vergüenza".
  8. (Id.):
    "Todos los signos pesan en mi corazón mientras mis hijas hablan en los espejos, / pero la edad es como el vaso del arrepentimiento".
  9. ('Libro del frío', 1992):
    "Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte. / ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza".
  10. (Id.):
    "Ha venido tu lengua; está en mi boca como una fruta de la melancolía. / Ten piedad en mi boca: liba, lame, amor mío, la sombra".
  11. (Del libro ‘Cecilia’, 2004, su nieta):
    "Amo cuanto me está abandonando".
  12. (Id):
    Con tus manos conducidas por una música que vagamente recuerdas / dices adiós en el umbral. Ah insensata dulzura, / dices adiós en el umbral y de tus manos se desprende / un instante sin límites".
  13. ('Extravío en la luz', 2008, poema 'Canción errónea'):
    "... las moscas... liban en el algodón sangriento / de los hospitales".
  14. (Id.):
    "Luz de mi agonía, ven".
  15. (De la muerte):
    "Ya sólo hay luz dentro de mis ojos".
  16. (Del libro ‘Lápidas’):
    "Cae / la máscara de Dios: no había rostro. / ¿Quién habla aún del corazón amarillo?”.

REFLEXIÓN 2

Artículo de Hanif Kureishi con mis comentarios

Hanif Kureishi

Babelia, 5 de septiembre de 2010

EL ESCRITOR y EL PROFESOR
Parte II de II

En la edición de 4 de setiembre de 2010 de Babelia, suplemento cultural del diario El País, en su sección de ‘Proceso de creación’, traducido por Mº Luisa Rodríguez Tapia y cuyo origen no he localizado, ha aparecido el artículo ‘El escritor y el profesor’ de Hanif Kureishi (Londres, 1954), del cual se acaba de publicar en español la novela ‘Algo que contarte’ (Editorial Anagrama, Barcelona 2009). El caso es que el artículo, contenido en extensión y no en su significado, me ha parecido tan interesante como para incluirlo en mi página web, que para esas cosas tiene su apartado Reflexión; naturalmente, como es habitual en mí, no he resistido la tentación de incluir unos cuantos comentarios míos, por supuesto criticables o ni eso, pues nunca sabré sin con algún valor o con ninguno, y por eso realizados más como pretexto para hacerlos aparecer en mi página que como singular aportación, puesto que considero que el artículo es excelente y ya lo dice prácticamente todo. De hecho, la inteligencia, capacidad de reflexión y experiencia que deduzco yo de la lectura del texto de HK me ha animado a sugerir la lectura de esa novela suya citada arriba, sugerencia que me aplico también a mí.

HK-10: El estudiante también puede adquirir esa claridad, junto con ideas nuevas, al trabajar con otros escritores en grupo. Aunque en general es preferible la enseñanza individual concentrada —la mayoría de los consejos sobre la escritura son demasiado generales y del tipo "escribe sobre cosas que sabes"—, la ventaja del grupo es que cada estudiante tiene la oportunidad de oír una variedad de críticas y sugerencias, algunas absurdas y otras muy valiosas. Los alumnos aprenden unos de otros. Otra modalidad es que los alumnos trabajen por parejas, leyéndose sus textos mutuamente, aunque eso no es fácil cuando se trata de obras más largas, y difícil de mantener durante todo el tiempo que puede tardarse en completar una obra de tamaño decente. Lo que hay que tener en cuenta es que el lector orienta al escritor, y éste debe ser consciente de que sólo existe en relación con aquel cuya atención solicita. El lector o espectador debe quedar convencido de que el escritor es competente y ver que su obra es verosímil y que se puede creer sin problemas. Lo que el escritor quiere es que el lector se sienta como se ha sentido él.

XL-10: Veo al escritor como alguien que, al menos en cuanto a escritor y con todas las excepciones que se quiera, tiene tendencia más o menos acusada a la soledad y al silencio; de ahí que confíe más y por ese orden en: 1) el esfuerzo individual, sea para la primera versión como para las posteriores; 2) el debate con un profesor competente, en la confianza de hablar de igual a igual hasta donde es posible tal cosa, y además para recabar sus opiniones; 3) otras conversaciones en pareja pero con gente de su confianza o en cuyo criterio y libertad confíe (familiares, amigos, colegas, o no,…); 4) la consulta con lectores conocidos, asimismo de su confianza y criterio; 5) el trabajo en grupo pues, aunque no soy devoto de esto, supongo que de vez en cuando pueden darse las circunstancias o el ambiente oportuno —y tampoco es cosa de despreciar las oportunidades—; 6) de nuevo lo individual, el esfuerzo y la concentración, para digerir las opiniones ajenas posteriores, incluso las del profesor, y decidir para redactar «su» versión definitiva. Por otro lado, leo con satisfacción la frase final, bien afortunada, pues la comparto plenamente: «Lo que el escritor quiere es que el lector se sienta como se ha sentido él.»

HK-11: Al intentar escribir uno tiene que cometer algunos errores, errores que engendrarán buenas ideas, que harán sitio a más inspiración. Y hay otros errores que conviene evitar, aunque a veces es difícil distinguir entre los dos. Lo que quizá lo aclare es pensar qué ocurre cuando el escritor se bloquea, se queda atascado. Una alumna mía quería contar una historia en la voz de una niña de siete años. Como es de imaginar, le estaba resultando extraordinariamente difícil, y eso la tenía bloqueada (las cosas que uno tiene más prisas por decir pueden no ayudar a que el texto sea mejor). Con su empeño en ocupar un punto de vista que le era prácticamente imposible, estaba consiguiendo escribir poco y empezaba a desanimarse. Un buen consejo para ella habría sido que intentara contar la historia desde otra perspectiva o trabajar en otra cosa durante un tiempo, antes de volver a su idea original. Tal vez tendría que aprender a esperar la aparición de una idea mejor. Y esa cuestión de esperar, para un escritor, es muy importante. Una idea buena puede surgir de pronto, pero para desarrollarla o probarla hace falta el tiempo que hace falta. A quienes rodean al autor puede parecerles que hace poca cosa, se limita a estar tirado en el sofá con la mirada perdida o dar largos paseos (no cabe duda de que Charles Dickens estaba escribiendo cuando paseaba). A lo mejor es en esos momentos cuando se le ocurren las buenas ideas —un libro no está formado por una gran inspiración, sino por muchas pequeñas—, así que debe acostumbrarse a ser culpable de una indolencia fecunda.

XL-11: Este es el párrafo de la paciencia, y es imposible no estar de acuerdo con que una virtud imprescindible para todo artista es la de la paciencia (con ocasionales toques de impaciencia, claro); la paciencia es una necesidad incluso para quien no la tiene ni está dispuesto a tenerla. Paciencia para cuando uno se encuentra bloqueado, y para continuar cuando uno no lo está. Es la necesidad de saber que con mucha frecuencia uno tiene que esperar; esperar a que venga la idea, a que madure, a desarrollarla como es debido, a salir de las cercas y de lo rutinario, a pulir y podar, a repasar de nuevo,… Siempre paciencia, hasta que llega el día del punto final, que es una decisión de abandono, no propiamente de plena satisfacción ni de misión cumplida. "Un poema nunca se termina, simplemente se abandona", dijo una vez Paul Valéry, y quien dice un poema, dice también un libro, un capítulo, un versículo, un párrafo, una frase, una palabra adecuada. Paciencia fértil, eso tan difícil de lograr: cambiar de lugar y de tiempo, pasear, dejarse llevar por una dosis de vagancia, dejar descansar el cerebro hasta mane de nuevo. Sí, de acuerdo, la inspiración no es una sino muchas y en los intersticios residen la concentración y el esfuerzo.

HK-12: La escritura y la vida no son cosas aparte, aunque pueden estar separadas y, en general, el profesor tiene la tarea de abordar la escritura como una entidad independiente. Sin embargo, con frecuencia, un estudiante utiliza la escritura para meditar sobre su vida, de modo que lo que le muestra al profesor es un problema.

XL-12: No, no lo son. Para los escritores serios la vida es, en su todo o en gran medida, la escritura; para otros es un modus vivendi o un sencillo pasatiempo de taller; o bien una mejora en su calidad de lectores. Quiero decir, que unos se preocupan por y se ocupan de aprender sin límite acerca de la forma y el significado; al respecto, y el lector atento enseguida se da cuenta, es muy significativa la preocupación por el lenguaje empleado y su calidad (vocabulario y gramática incluidos, claro) —asunto éste en franca decadencia, tal vez incluso alarmante, quizá por influjo de la rapidez con que nos oprime la sociedad en el mundo actual, y como reflejo del exceso de mensajes y micro-mensajes digitales—. A los del pasatiempo, que suele durar tan poco como las modas, todo le da igual y por tanto todo es superficial, por muy buena que pueda ser la intuición. Y para los del modus vivendi, como es fácil imaginar, todo es asunto de negocio, por eso el signo, la forma, la profundidad y el lenguaje, que pueden ser más o menos altos o bajos, viven básicamente en plena dependencia del beneficio potencial a obtener, de las editoriales y de la fama; lo que es habitual, por tanto, es su adaptación estratégica a la actualidad o moda y por ello su corto alcance, aunque en su cúspide también pueda existir, y así parece que sucede, el producto digno. En cualquier caso, la literatura comercial la veo como algo bien diferente de la literatura. [Reconozco que tengo la tentación de adjetivar la literatura y escribir literatura seria, pero me resisto; racionalmente creo que es suficiente con literatura, al contrario que en el otro caso.] Creo que para el alumnado del taller de escritura creativa, la manifestación de esta distinción es de incumbencia del profesor, algo que debe ir definiendo al paso, porque la aproximación a cada caso debe ser diferente; me temo, sin embargo, y lo digo por lo que veo en mi país, que los de la «seriedad» deben ser población muy escasa en los talleres, pero lo digo con la boca pequeña porque no me gustaría que se lea esto como algo en lo que yo no creo y por tanto no quiero escribir, como un desprecio o falta de consideración a tantos lectores serios que quieren profundizar en el análisis y las técnicas de escritura —conozco personalmente a bastantes— y que con ese objetivo asisten a los cursos y talleres de escritura creativa.

HK-13: Una mujer decide escribir sobre su madre pero se encuentra abrumada por la pena y los sufrimientos. Sigue adelante, pero se detiene, aterrada de lo que puede querer decir. Al final tiene que decidir si quiere seguir o no con ese tema tan doloroso pero fundamental. Quizá prefiera escribir sobre otra cosa. O tal vez necesite descubrir si es capaz de afrontar ese asunto tan difícil. Y también puede pensar: ¿escribir es una forma de aplacar el terror, o de crearlo? Vemos que en este caso la escritora es el material; el poema es la persona. Son la misma cosa. De aquí se deriva que una de las angustias del escritor es el miedo a lo que sus palabras pueden hacerles a otros y lo que otros pueden hacerle a él si dice lo que piensa, aunque sea de forma ficticia.

XL-13: Las dudas, las incertidumbres, la inseguridad del túnel, incluso el miedo, son cosas que siempre están al acecho; ayer, hoy y lo estarán mañana. La persona que quiera enfrentarse al papel en blanco con la ambición de la dedicación y el rigor, tiene que saberlo y debe saber además que inevitablemente tendrá que enfrentarse con eso de vez en cuando, para lo cual tiene que desarrollar estrategias y método, pero estrategias propias, porque lamentablemente —¡qué fácil sería todo si no!— las vivencias de los demás, incluso viniendo de un profesor experto, no nos sirven más que como pauta de partida, de la que cada uno pronto se desvía; el camino propio será propio, pues, o no será. Si uno, por fragilidad o por lo que sea, no es capaz de resolver el problema de los miedos, con la firme voluntad de pasar por encima de ellos, seguramente será mejor que lo deje; o que lo deje de momento hasta que se sienta fortalecido. En lo que se refiere a la interrogación de HK, en arte, incluida la literatura, una cosa nunca es una, siempre son al menos dos; por eso escribir «no es ni una forma de aplacar el terror, ni de crearlo», sino «una forma de aplacar el terror y de crearlo»; o así es como yo lo veo, pues el maniqueísmo literario —como todos los maniqueísmos, por otro lado— es una manera magnífica de empobrecer una idea o una historia hasta su ruina.

HK-14: Como siempre hay ciertas ideas que se prohíben o se frenan en las familias —y en todas las instituciones—, casi todos los adultos, aunque sea de manera inconsciente, tienen miedo de expresar lo que piensan sobre determinados hechos. Temen que les acusen de traición y les castiguen, cosas muy posibles. Por lo tanto, deben preguntarse si van a poder soportarlo. Por otra parte, puede ser que exista una verdad personal concreta y que eso sea lo que el escritor desea revelar por encima de todo, y eso crea un conflicto insoportable que le hace bloquearse. Si un alumno no puede escribir más que monólogos deprimentes al final de los cuales el orador se suicida, uno tiene que preguntarse, no sólo sobre el estado de ánimo del autor, sino también por qué no hay más personajes en la obra, por qué no se oyen otras voces. En el caso del que hablo, era evidente que este alumno —que había estado ingresado en instituciones psiquiátricas en las que le habían hecho poco caso— me estaba mostrando algo que me tenía que tomar en serio y sobre lo que debía reflexionar. Era inquietante, y no me fue fácil ver cómo avanzar. Al final le convencí de que introdujera otros personajes para convertirlo más en una conversación. La verdad es que, al cabo de unas semanas, fue capaz de hacerlo, aunque los suicidios continuaron. Comprendí que, cuando por fin estaba a punto de abordar lo que le era imposible decir, el suicidio era una salida cómoda. Era otra versión del bloqueo del escritor. Pero una vez que sus personajes empezaron a dialogar —y el estudiante vio la importancia de debatir consigo mismo, de abrir su mente—, su obra se desarrolló. Las escenas se alargaron y la gente empezó a hablar. Su obra empezó a ser más accesible para otros. Durante un tiempo, al menos, pareció que el escritor había traspasado parte de su locura a sus personajes. Estaban más enfermos que él.

XL-14: Nos habla ahora HK de otro tipo de miedo también real, el miedo al qué dirán, también universal y eterno. Y respecto al miedo al otro diré lo mismo que dije en cuanto al miedo a uno mismo, que si uno no se atreve a asumir el riesgo de decir la verdad —la verdad de cada uno, naturalmente—, de decir lo que realmente quiere decir, pase lo que pase y pese a quien pese, lo mejor que puede hacer es abandonar, callarse para siempre. La verdad supone una posición muy dura y afilada, de plantear y de mantener, pero ¿qué otra cosa honesta puede hacer un escritor sino escribir su verdad? Todos, y más los que en público nos manifestamos, en cuanto apuntemos evidencias de verdad, nos exponemos a sufrir presiones, del conjunto (la sociedad) o de parte (la iglesia y otras instancias de poder, los conocidos, los amigos, la familia), unas más fuertes que otras, pero todas muy incómodas y con peaje. Y el escritor, el consolidado o el novato, tienen que aprender a soportarlo sin suicidarse; si se suicidan se acabó todo y es más sensato acabar con todo sin tener que suicidarse, o sea, acabar habiendo empezado o acabar sin empezar. Coincido, pues, con HK en eso de que el suicidio debe abandonarse como solución, sea directo sea a través de los personajes de la obra. La parábola esa del suicidio (puesto que no hablo, obviamente, sino del suicidio literario) que trajo HK me parece bien afortunada y la solución de aumentar el número de personajes para aumentar las oportunidades de comunicación, del autor con los personajes y de éstos entre sí, me lo parece también: «el escritor había traspasado parte de su locura a sus personajes». Dejemos atrás pues los suicidios, quiero decir, los abandonos, y pongamos en los personajes lo que tengamos que decir, para tratar de reducir las correcciones o chantajes, inevitables, de cualquiera de las instancias apuntadas o no apuntadas antes; eso en el caso de que estemos dispuestos a soportar todas las piedras o tomates que nos echen encima. Y ya no quedaría más que una tercera alternativa, la de dedicarse a la literatura no-literatura, o literatura mentirosa, o literatura comercial. En otras palabras, o uno se tira a la piscina, o no se tira pero se queda en la terraza con su refresco y su bloqueador del sol, o se aleja definitivamente con su música a otra parte.

HK-15: La verdad es que los más sanos no suelen ser los más creativos. Como nos recordó Proust, "todo lo bueno que hay en el mundo procede de neuróticos. Disfrutamos de mil manjares intelectuales, pero no tenemos ni idea del precio que han pagado sus creadores, en noches de insomnio, lágrimas, risa espasmódica, erupciones, asma, epilepsia y el miedo a la muerte, que es peor que todo lo demás". Lo que me tranquilizaba era el entusiasmo de mi alumno, su empeño en el trabajo. Nuestras reuniones le proporcionaban una estructura útil. Creo que, si no hubiera tenido un profesor que le acompañase en el proceso, habría dado penosas vueltas sin fin y se habría aislado cada vez más. Su obra era una de las más extrañas e imaginativas que he leído, muy alejada del realismo romo y los convencionalismos que la mayoría de los estudiantes suelen considerar un trabajo imaginativo.

XL-15: A este párrafo no se me ocurre nada nuevo que añadir; leo lo que nos recuerda Proust, leo el acompañamiento de HK y apenas me queda sino decir amén. Sí, está bien precisado con muy pocas palabras: «Nuestras reuniones le proporcionaban una estructura útil.» Ese puede ser el núcleo de lo que puede aportar un profesor de escritura creativa a un principiante, no normas, ni menos dogmas, pero sí una estructura que le sirva de ayuda para generar su propio criterio y su método de trabajo. Y, apenas una cuestión más: «Escritura creativa, ¿acaso puede haber una escritura no-creativa? ¿No estaríamos, bajo esa hipótesis, en la escritura monótona y rutinaria, en la no-escritura?».

HK-16: Algunos estudiantes tienen grandes fantasías sobre lo que es ser escritor, sobre los beneficios que creen que ser escritor les va a suponer. Eso despierta su deseo y les ayuda a comenzar. Pero, cuando se dan cuenta de lo difícil que es terminar una obra decente, escribir unas 15.000 palabras que merezcan la pena y, al mismo tiempo, se hacen a la idea de que es prácticamente imposible ganar mucho dinero con la escritura, experimentan un bajón, se van a pique, se desaniman y se sienten impotentes. La pérdida de una ilusión puede ser dolorosa, pero, si el alumno consigue superarla —si el profesor consigue mostrarle que su trabajo tiene cosas buenas y le ayuda a soportar la frustración a aprender a hacer algo difícil—, entonces hará mejores progresos.

XL-16: En el ejercicio de todas las vocaciones, con mucha frecuencia termina apareciendo con descaro lo que antes fue la terrible sospecha, la falta de vocación. También en la escritura y en forma de carne viva. Si alguien cree que ser artista, p.ej. escritor, supone un camino de rosas, es que es muy inocente (enfermedad de corta duración) o miope de muchas dioptrías (enfermedad de extensa duración). Me veo obligado a recordar las tres aproximaciones a la escritura: la infeliz literaria, la feliz comercial no-literaria y el infeliz pasatiempo feliz. En este caso de las vocaciones irreales, por mucha que sea la voluntad que se le eche encima, también está clara cuál debe ser la posición del profesor: desde el primer momento mostrar la verdad desnuda, desenmascarar los mitos cuanto antes y crudamente.

HK-17: Al final, el escritor aprende sobre todo de sí mismo, y siempre querrá evolucionar, encontrar nuevas formas para sus intereses. Si tiene suerte, mientras aprende a dar rienda suelta a su imaginación, editará y evaluará su propio trabajo. Eso no quiere decir, claro está, que nunca vaya a necesitar a nadie. Quizá prefiera ignorar a los demás, pero antes tendrá que escucharles, al mismo tiempo que continúa hablando.

XL-17: Efectivamente, el mejor resultado que puede conseguir el profesor de escritura, es contribuir a que el alumno «se aprenda», se reconozca, escuche, se coloque en disposición, se enfrente al entorno, desprecie al mito y trabaje duro con la humildad como escudo protector. Así, con criterio y método, con esa inteligencia y la voluntad, es posible llegar aunque, como no es infrecuente, sea tarde y arrastro… Ah y para terminar una puntualización que me parece de especial interés: no veo a los cursos o talleres de escritura como actividades al servicio del profesor, es decir, como algo de lo que éste tenga ya previsto y deba sacar ventaja, sino al contrario, una actividad tal que lo previsto por él, su enfoque, sea hacia el beneficio del estudiante, que sea éste el que obtenga la mejor dosis posible de criterio. Y lo apunto porque, excepciones aparte que siempre hay, no estoy muy seguro de que sea la regla.

FIN

Xoán A. Leiceaga Baltar, Noviembre de 2010